Archive | noviembre 2012

Ese es el camino… ¡Viva Cataluña española!

El día 9 de septiembre, con motivo de la fiesta de la Madre de Dios del Claustre, patrona de la diócesis de Solsona, su joven obispo, monseñor Xavier Novell, predicó una homilía en la que pronunció estas palabras: “Estar a favor de la independencia de Cataluña es legítimo moralmente, y por tanto, los católicos pueden ser independentistas”.

Es verdad que se puede ser independentista y católico. Como también se puede ser  ladrón y católico; adúltero y católico; asesino y católico… pero no se debe ser independentista, ni ladrón, ni adúltero, ni asesino, porque lo prohíbe la ley de Dios y la moral católica. El día 9 de septiembre de 1995, el beato Juan Pablo II les dijo a los jóvenes reunidos en el santuario de Loreto: “Queridos jóvenes: Rechazad las ideologías obtusas y violentas, manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exacerbado”.

Señor obispo, el independentismo catalanista -que no catalán- tiene mucho de ideología obtusa y exacerbada y es hijo de las ideologías anticristianas de la Revolución Francesa.

Hace más de 20 años leí la obra: Otra historia de Cataluña, del gerundense Marcelo Capdeferro. En 1967 había escrito Historia de Cataluña, inspirándose en las fuentes románticas y nacionalistas de la historiografía catalana. Pero años más tarde, siguiendo criterios estrictamente científicos, consideró un deber ante la Historia rectificar su primer libro, porque había tergiversaciones e inexactitudes fundamentales muy graves. Cataluña no puede ni debe separarse de España porque es un absurdo histórico: Cataluña siempre ha sido España. Capdeferro ha escrito una historia de la Cataluña auténtica, no al margen de España, sino la historia de Cataluña dentro de España. Un hecho histórico irrefutable.

El historiador catalán comienza el prólogo de la auténtica historia de Cataluña con estas palabras: “Historia es la relación verdadera de los acontecimientos pasados. Sus fuentes principales son los monumentos, los documentos y la tradición; pero estas dos últimas fuentes, si no son cuidadosamente estudiadas, ponderadas y verificadas son susceptibles de fomentar mitos y leyendas”.  Mitos y leyendas creados y difundidos por la historiografía catalanista romántica y mentirosa. Hay que volver a la Tradició Catalana del obispo Torras y Bages, cuya tesis e ideal es “Cataluña será cristiana o no será”. Para muchos de los independentistas modernos, Cataluña puede y debe ser cualquier cosa menos cristiana.

Señor obispo de Solsona: lea a Capdeferro; lea a Francisco Canals, catedrático de Metafísica de la Universidad de Barcelona; lea al doctor Barraycoa, vicerrector de la universidad Abad Oliva, que acaba de publicar Historias ocultadas del nacionalismo catalán. Los tres son catalanes por los cuatro costados y católicos comprometidos.  Y como ellos, son legión los catalanes que conocen y viven las auténticas tradiciones católicas de Cataluña. Lea la verdadera historia de Cataluña y sea patriota como enseña nuestra santa madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. El beato Juan Pablo II, en uno de sus viajes apostólicos a Polonia dijo: “Me siento un Papa que tiene el sacrosanto derecho de compartir los sentimientos de su propia nación”.

Volvamos a la Cataluña real, mosén Cinto Verdaguer, Sardá y Salvany, Jaime Balmes…  Mi profesor de moral me enseñó que el patriotismo es amar a la patria. Las principales manifestaciones de amor a la patria nos decía que son: amor de predilección, respeto, honor, servicio y defensa. Todo bautizado, debe amar a su patria; conocer su historia, religión, tradiciones, geografía, idioma, cultura, bandera, himno. También debe amar las patrias de otros católicos. Un católico no debe incitar a nadie a luchar contra la integridad de su patria como tampoco se debe incitar a luchar contra la integridad de la familia, fomentando divorcios o  abortos. Eso es pecado.

En este rincón de España que es Cataluña han nacido una legión de santos y santas que entendieron el orden jerárquico del amor predicado por san Agustín: “Ama siempre a tus prójimos y más que a tus prójimos, a tus padres; y más que a tus padres, a tu patria; y más que a tu patria a Dios”. El dios de muchos separatistas es el mito romántico,  la ambición política y la economía materialista.  En Cataluña y en toda España hacen falta santos, como fueron los catalanes san Antonio María Claret, san Enrique de  Ossó, santa Joaquina Vedruna, santa Teresa Jornet, beata María Rafols,  heroína de la caridad en los sitios de Zaragoza, junto a otra catalana, Agustina de Aragón, y el beato Pere Tarrés, quien el día 26 de enero de 1939 escribió en su diario de guerra: “Estoy convencido de que se acercan para España horas de gloria y de luz y de reconciliación, de fuerza creadora. Estoy convencido de que renacerá la llama viva del cristianismo, más viva que nunca. Son las cuatro de la tarde. Vivimos momentos únicos. Momentos de emoción sublime. Saltaría de gozo, lloraría de alegría. Barcelona reconquistada para España y para Cristo. Barcelona liberada del infierno rojo. El marxismo, bajo todos los aspectos ha sufrido el golpe más decisivo. Cataluña, Cataluña está salvada. La entrada del ejército nacional liberador de España en Las Ramblas ha sido grandioso, a los gritos de Arriba España y Viva Franco.”

“Nos abrazábamos por las calles… ¡Ha sufrido tanto Cataluña! Me he sentido profundamente español y nunca como hoy me sale del corazón un grito bien alto de ¡Viva España! ¡Viva Cataluña española! Virgen María continua velando por nuestra Patria”. “¡Viva Cristo Rey!  ¡Viva España cristiana! ¡Viva Cataluña española!”Ese es el camino.

P. Manuel Martínez Cano (mCR)

Publicado en la revista Fuerza Nueva. nº 1417

Sin propaganda institucional, bajo la lluvia… Respuesta al catalanismo del “3%”

Artur Mas es un político marcado por el 3%. No sólo ese porcentaje le define por su actitud de entonces, sino por su trayectoria vital. Desde aquel infausto día en que en el Parlamento de Cataluña Pasqual Maragall le acusó a él y a su partido de cobrar esa  comisión por cada una de sus autorizaciones públicas cuando ejercían el poder, este nacionalista convergente se ha echado la manta a la cabeza. Perdió el sillón de conseller en cap por unos momentos en la etapa del tripartito porque su apuesta residía en dar estabilidad a Cataluña, y no lo consiguió. Perdida esa batalla no le quedaba más que otra: avivar la brasa independentista, que no la quiere ni Jordi Pujol, aunque siempre esté hablando de la nació catalana. “Contra España siempre iremos mejor”, pensaba el marido de Marta Ferrusola. Su epígono ha mirado a su alrededor y ha llegado a la conclusión de que o se inventaban otro proyecto o la Generalitat se quedaba sin faena, sin chicha y hasta sin razón de ser. Algo parecido le ocurrió en el 34 a Companys con los gobiernos derechistas de la República, y ya vimos cómo acabó la película.

Companys era el hombre elegido para sacar adelante el sueño de Macià, otro Villarroel de la Diada de 1714. Pero aquel malogrado president era izquierdista y secesionista, y Mas es un hombre de derechas, con socios democristianos que le prestan su apoyo separador a regañadientes y con una masa en la calle que es una mixtura de muchas especies. Son aquellos que imaginan que Cataluña es Laporta, el Barça, Els Segadors, el sedicente montserratino Casià Maria Just, algún estrambote de Salvador Espriu o los residuos del Òmnium Cultural. Lo malo de esto es que se han juntado tantas churras con tantas merinas que ahora se confunden los antiguos alumnos del abad Escarré, que eran todos los profesionales del “vivir contra Franco” -socialistas indígenas incluidos-, con los sucesores de Cambó -que en su día y desde el exilio le daba por carta gracias al Caudillo por haber librado a Cataluña de una tragedia-, con aportaciones de los románticos de Prat de la Riba. Con otra diferencia: a Companys le preocupaba más la revolución que la “pela”, y a Mas ésta le tiene sin dormir porque ni con el 3% ha tenido bastante para financiar tanta rapiña.

No se lo esperaba

El actual president no se lo esperaba pero algo se temía. Sabe de sobra que Cataluña tiene unas razones especiales para ser muy tenidas en cuenta, desde el idioma hasta la historia. Es algo inapelable que sólo pueden cuestionar los indocumentados o los tontos. Pero también sabe que El Quijote describe como nadie la hermosura de la ciudad de Barcelona, que Agustina de Aragón era catalana, que Los Sitios gerundenses fueron defensa generosa de la piel hispana, que los voluntarios de Prim ganaban para España una laureada en África, que Isabel y Fernando recibían a Colón en Barcelona tras aquel espectacular alba de América, que los requetés de los Tercios catalanes y la Sexta Columna falangista eran hijos de la Cataluña más profunda, que los mártires de Vic, cantando el Virolai y dando gritos de entrega a Cristo y a España, se dejaban la vida por no abjurar de su fe, que la Marca Hispánica se produjo allí y no en Asturias o León, que Francesc Macià fue un teniente coronel del ejército español y Villarroel un general del mismo ejército, que Cataluña fue un Principado y Barcelona un Condado del Reino de Aragón, eso sí, muy relevantes por sus características y por su talento; que Cataluña es un permanente somatén -som ematent- de España y el timbaler del Bruc un anuncio de permanente y prometedora juventud que ahuyenta a sus enemigos; que Cataluña, como decía una pancarta el pasado 12 de Octubre en la Plaza de Cataluña, “es el embrión de España”.

El error de cálculo de Artur Mas ha sido intelectualmente jaleado por el mapa actual de la Unión Europea, que mantiene -y nunca mejor dicho- en su seno a países como Eslovenia, Serbia, Croacia, Eslovaquia, u otros como Montenegro, Kosovo o Macedonia. ¿Por qué no podemos ser nosotros igual?, se preguntará. Las primeras fueron naciones con monarquías siempre, y las segundas territorios autónomos hoy reconocidos, y en algunos casos invadidos por extranjeros. En lo único que se parece Kosovo a Cataluña es en que ambas son “embrión” de Serbia y de España, la primera tomada militarmente por musulmanes albaneses y la segunda en periodo de conquista por similares ocupantes. Si Artur Mas no es capaz de distinguir entre la propia familia, de cuyo tronco se quiere desgajar, o entre los sarracenos que van conquistando su territorio hasta hacerlo irreconocible, es que su ceguera le impide distinguir entre la defensa de su identidad catalana -no catalanista- o la ruina económica y política de Cataluña. Incluso puede que esté cavando su propia sepultura como político en ejercicio. Y España sin Cataluña, además, ya no sería España.

Pero llegó el 12 de Octubre. Es la gran fiesta de España porque refleja, en una sola fecha, su gran logro. Ortega enumera con minuciosa descripción crítica los errores de nuestra constitución como pueblo, desde lo que él llamaba La teoría de las provincias a la España invertebrada, pasando por aquel acerado estudio sociopolítico de La rebelión de las masas. Se quejaba con amargura de que fuésemos conquistados, tras la obra civilizadora de Roma, por pueblos bárbaros viejos, incluso corrompidos, que más tarde, al españolizarse, tuvieron ansias de regeneración. Uno de estos impulsos fue América, donde España lava todos sus fallos, restaña sus heridas constitutivas y brilla ante el mundo porque allí -dice el filósofo- descubre, enseña, canta, conquista, llora, funda, se hace mestiza, muere y deja una estela de civilización que no necesita una sola palabra para bautizar una obra de semidioses. Ese día fue el elegido por muchos españoles de Cataluña para salir a la calle en Barcelona. Y Artur Mas, con la familia Maragall -hoy disidente del socialismo-, seguramente se lo temían pero no contaban con tanto entusiasmo no deportivo bajo la lluvia y a la intemperie.

Con España hemos topado

La respuesta al catalanismo del 3%, que es el de hoy, se produjo de manera espontánea y eléctrica. No debemos contar el número de asistentes a la que convocó la independencia y a la que congregó a los españoles de Cataluña para compararlos, porque esa operación es viciosa. La primera es consecuencia de una mixtura de romanticismo, oportunidad, crisis profunda y odio secular a España. Todo ello envuelto en el dichoso 3% y en cerca de 40 años de terreno abonado para la arremetida oficial contra todo lo español. La segunda es fruto de la razón vital por conservar el riego sanguíneo, la tradición, las costumbres, los idiomas de España, las banderas históricas que protegen a quienes los usan y no los utilizan para que se maten, y la hispanidad de Cataluña como alba de España. La primera cuenta con escamots -como Companys entonces- para tirar a la basura banderas españolas o pisotearlas, arrancar a niñas de los hombros de sus padres o rodear a éstos y amenazar a quien se oponga. La segunda muestra su alegría por ser catalán y español en el mismo paquete, por gritar “visca Espanya” o “viva Cataluña”, por vivir en una tierra bendecida desde Montserrat, que tanta sangre catalana costó para liberarla de los escamots de Companys y de los esbirros de Maragall -unidos siempre al final en la salud y en la enfermedad-, y de los sucesores de Cambó -como Artur Mas-, que después son los primeros en arrepentirse cuando el polvorín ha reventado.

El sucesor de Pujol es menos astuto y socarrón que éste. Entonces Jordi Pujol tenía de socio y consejero a Miguel Roca Junyent, bastante más prudente que Mas en el ejercicio de la mesura política. Llegó incluso a querer exportar su partido al resto de España, en un empeño frustrado de difundir los valores de la Constitución desde lo catalán -que él redactó, junto a seis diputados más-. Ahora está callado, tal vez sorprendido o avergonzado, barruntando las consecuencias del jaleo en que se ha metido su socio. Cuando coincidía conmigo en el ascensor del Congreso me preguntaba con interés por Blas Piñar, ausente unos días de los debates del Estatuto catalán por causa de unos viajes. “Está a punto de llegar”, le decía. “¡Ah, bien, es que le echamos mucho a faltar!”. Y es que el diputado de Unión Nacional les hacía distinguir entre ciudadanía y vecindad, les dirigía por la senda jurídica transitable y les recordaba su perfecto derecho a exhibir la bandera cuatribarrada porque es una de las que figuran en el escudo de España, no así la de eso que han dado en llamar Euskadi. Luego les explicaba, casi didácticamente, con paciencia de maestro rural, por qué una cosa es amar a Cataluña y otra hacer de ésta un imposible histórico, político y económico. Y le escuchaban con la boca abierta. ¿Le estará echando a faltar a día de hoy el socio de Artur Mas y uno de los padres de la Constitución del 78?

Al final parece que lo que le preocupa a Mas es la lealtad de los suyos. Ya se lo ha advertido a los Mozos de Escuadra, para que no se repitan aquellas imágenes de cadenas de presos uniformados y desarmados conducidos por la Guardia Civil. Lo que ocurre -y él también lo ha sopesado- es que ya no tiene en Capitanía a un general Batet, muy humanitario, amigo de Companys pero más amigo de seguir a rajatabla las órdenes de la República. El margen de error que le puede quedar es avizorar cuál sería la respuesta de La Zarzuela, que al final, le guste o no, será la que tendrá que decidir, comparada con la de aquella República que sacó a tiros del Palacio de San Jaime al president y a sus consejeros, algunos de ellos a través de las alcantarillas. Ese margen de duda es el que le asalta a Artur Mas, y a mí también.

Luís Fernández-Villamea

Publicado en la revista Fuerza Nueva. nº 1417

Entrevista a Blas Piñar…

Denostado o ensalzado, Blas Piñar tuvo siempre la rara virtud política de no dejar indiferente a nadie. Hasta sus enemigos políticos admiten que sus concepciones de la lealtad y de la honestidad inspiran un gran respeto. El fundador y presidente nacional de Fuerza Nueva es uno de los pocos políticos de la Transición que no se acomodó a las circunstancias en su propio beneficio. El notario toledano defiende hoy lo mismo que decía hace 46 años desde el Instituto de Cultura Hispánica. Alerta Digital le realizó la siguiente entrevista hace pocos días:

 

– Pregunta: Antes de nada, ¿cómo está viendo la situación de España?

– Respuesta: Su pregunta me trae a la memoria el libro precioso de Bernardo Gil Mugarza que lleva por título España en llamas, porque son los incendios provocados de este verano los que han reducido nuestros bosques a cenizas. El daño ecológico ha sido enorme, como lo ha sido el económico. El clima y el turismo se resentirán.

Para mí, el fuego devorador, y el humo espeso, manifiestan que se está quemando a España en su intimidad más profunda, conforme a un plan puesto en práctica, y hasta ahora con éxito. El fuego y el humo de este verano han sido como un voltear de campanas que nos piden con urgencia acudir a sofocar el incendio interior que quiere que España, despedazada, desaparezca, convertida en un desierto infecundo material y espiritualmente.

 

– P: Ya sabemos que usted no esperaba nada bueno del PP. Nosotros tampoco. Pero, ¿le está sorprendiendo que estén incluso superando al Gobierno de Zapatero en ineficiencia y en la aplicación de medidas contra los intereses generales?

– R: No creo que el PP supere en ineficacia al PSOE, porque no sólo la ineficacia, sino la crisis moral y económica que han producido sus gobiernos, han alcanzado niveles inimaginables. El PP, para superar la situación dramática y caótica en que nos encontrábamos, por fidelidad al Sistema que la Constitución respalda, dicta medidas que no afectan a la causa de la crisis, y aplica tan sólo a quienes no son responsables de la misma. No me extraña. No es lo mismo reparar los errores de un Sistema, cuando el Sistema es precisamente el error. En un artículo publicado por Alerta Digital, antes de las últimas elecciones, en las que el PP tuvo mayoría absoluta, escribí que el PP, como rueda de repuesto, estaba pinchada.

 

– P: ¿Qué puede suponer para España la desaparición de su clase media, la gran obra social y económica de Franco?

– R: La desaparición progresiva de la clase media, fruto del Sistema a que acabo de aludir, equivale a una división horizontal de la sociedad; y esta división, distanciando a quienes la integran, es muy peligrosa. La clase media equivale, para poner un ejemplo, a los muelles de un colchón, que permiten acostarse sobre blando. Por otra parte, una sociedad con clase media importante, se permeabiliza, facilitando el acceso a la misma del proletariado. Franco aludió, y creo que repetidas veces, al logro de esa clase media española como uno de los objetivos logrados por su Régimen. Por eso, no puede sorprendernos que la destrucción de la misma sea uno de los propósitos de la Transición. La clase media garantiza la estabilidad política, es decir, la convivencia que añoramos.

 

– P: ¿Cuál cree que debería ser el papel de nuestras Fuerzas Armadas ante la apertura de un proceso de ruptura de la unidad nacional?

– R: Esta pregunta tiene una respuesta fácil, ya que esas Fuerzas Armadas al servicio de la nación no existen en la actualidad. Aunque a disgusto, destacados jefes militares estuvieron al mando de la Transición castrense, que fue aceptada, aunque a regañadientes, por sus compañeros. Más tarde, con un gobierno del PP, se suprimió el servicio militar obligatorio sustituyéndolo por uno voluntario, mucho más costoso, que, en parte, integran mujeres y emigrantes. Algunas unidades del Ejército especialmente significativas se suprimieron.

Por otra parte, no conozco ninguna reacción del campo militar en activo, ante el monumento a las Brigadas Internacionales elevado en la Ciudad Universitaria, ni ante los abucheos al Himno Nacional y la quema de banderas de España; como tampoco ante el desafío independentista, que va desde las declaraciones oficiales de quienes gobiernan en las autonomías, a la legalización de partidos que no son tan sólo independentistas, sino que representan políticamente al terrorismo. Lo curioso es que constitucionalmente, es decir de acuerdo con el artículo octavo de la Constitución, podrían las  Fuerzas Armadas comportarse de otra manera.

El cuartel, antes de la Transición, era una segunda escuela para toda la juventud española. En el cuartel se enseñaba a manejar las armas, pero también a amar a la Patria. Lo que hoy se llaman Fuerzas Armadas está al servicio de intereses ajenos, que han perjudicado gravemente a España. Desde su participación en la guerra contra Irak, gobernando el PP, en la de Libia, gobernando el PSOE, y en la de Afganistán, gobernando los dos partidos, no ha hecho otra cosa que cosechar enemigos sin beneficiarnos en nada. Creo que la Unidad Militar de Emergencia, es decir, la de Bomberos militares, es lo mejor que tenemos. ¡Si pudiera acabar con los incendios de toda clase!

 

– P: Don Blas, el descontento crece, la contestación al sistema partitocrático empieza a ser clamorosa, pero las fuerzas patrióticas siguen divididas. ¿Qué hacer?

– R: Es cierto. La esperanza de que el PP acabaría con ese descontento se ha perdido, pero también es verdad que ese descontento se aprovecha, al menos en la calle, por una izquierda radicalizada, por unos sindicatos que subvenciona el propio Gobierno y por un separatismo desafiante. Este hecho es innegable.

Sin embargo, esas fuerzas patrióticas que se dividieron en los últimos años del régimen anterior, siguen divididas. Soy testigo excepcional de esa división, que tratamos de superar desde Fuerza Nueva. Su nombre demuestra que no queríamos ser un grupo más, sino una fuerza revitalizante de un Movimiento que no sólo se burocratizaba, sino que en sus cuadros dirigentes tenía partícipes de la Transición. Podría reforzar cuanto acabo de decir con hechos concretos, de los que doy cuenta en el segundo volumen de Escrito para la Historia, y que no voy a repetir. Sólo, y como síntesis, quiero dejar constancia de que en una conferencia que di en el Hotel Meliá, a lleno completo, titulada Lecciones de unas elecciones (me refiero a las de 1979, en las que fui elegido diputado por Madrid por Unión Nacional) dije que para hacer frente a las consecuencias de la Transición debieran disolverse los partidos conocidos como fuerzas nacionales, creando uno solo en el que yo me integraría como militante.

Por desgracia, la respuesta fue negativa. El ejemplo de la Cruzada no fue convincente. La Victoria fue posible, entre otras cosas por la unidad castrense en las trincheras y la unidad política en la retaguardia. Romper esa unidad fue un crimen y rehacerla una necesidad.

 

– P: De todos los acontecimientos que está viviendo España, ¿cuál es el más preocupante a su juicio?

– R: Casi al mismo nivel me preocupan al máximo y al mismo tiempo la descristianización del pueblo español y la desnacionalización de España. Aquí, una y otra se entrecruzan y contribuyen, si prosperan, a no identificarnos históricamente. Claro es que el blanco sobre el que se dispara comprende también la obra de España en el mundo, es decir, la Hispanidad o Cristiandad hispánica. En otros países, ya descristianizados en gran parte, se ha conservado íntegra la nación. El caso de Francia está ahí. Han pasado más de dos siglos de la Revolución Francesa, profundamente anticristiana, que han hecho posible que Francia sea tierra de misión. Pues bien, dos siglos más tarde un político francés, no cristiano, dijo: “soy socialista, pero antes que socialista soy francés”.

 

– P: No sólo España. Europa asiste imperturbable a la desaparición de la civilización que la alumbró hace 2000 años. ¿Hay esperanzas de que el hombre europeo salga de su actual letargo?

– R: A mi no me cabe duda de que el tiempo actual exige con urgencia, pero sin improvisación o frivolidad, la puesta en marcha de un entendimiento entre las naciones que han sido conformadas por lo que se viene llamando civilización occidental. Los enfrentamientos bélicos y los recelos recíprocos de las naciones de Europa han mermado considerablemente su prestigio y su influencia universal. Yo califico tales enfrentamientos de guerras civiles. El reencuentro de estas naciones con sus raíces comunes es imprescindible, y esas raíces se hallan esencialmente en la Cristiandad.

Desgraciadamente, la Unión Europea las ha despreciado y la crisis profunda es evidente. A mi juicio, la etapa inicial de la unión de Europa debió partir tanto de una conciencia europea de los europeos, como de una Europa de las Patrias hermanas. La Europa de los mercaderes y del euro, y los gobiernos al servicio de la Eurocracia no han fomentado aquella conciencia y ha provocado la hostilidad manifiesta entre las naciones, como demuestra la agitación social que rompe, por añadidura, la convivencia pacífica en cada una de ellas. El rechazo de la raíces que las dieron vida comenzó al hablar de las dos velocidades para el desarrollo de la Unión Europea; una, la de la zona Norte, y otra, la del Sur, o Mediterránea. Dos velocidades, como ocurre en las carreras, supone que alguien llega el primero.

Los responsables de esta Unión Europea no debían conocer que los enemigos de Europa, los que no quieren que Europa se recobre y fortalezca, se sabían aquello de “divide y vencerás”. La esperanza, para mí, está en la Iglesia católica, que ha sido el instrumento eficacísimo de esa civilización occidental. Ahora bien, la lucha, desde la expulsión del Paraíso hasta la Parusía, es permanente, y el Padre de la mentira, que es el Príncipe de este mundo, no sólo ha atacado a la Iglesia sino que ha entrado en ella (según palabras de Pablo VI), el humo de Satanás. Con la astucia y habilidad, propia de su naturaleza, ha entrado rompiendo las ventanas, a la vez que alguien desde dentro le abría las puertas.

En un Concilio pastoral, que no dogmático, junto a textos que recogen el dogma, y que se leen con fruición, hay otros que no están de acuerdo, o difícilmente pueden estarlo, con la doctrina tradicional de la Iglesia. El aggiornamento, o puesta al día, para estar en consonancia con los tiempos, ha evitado todo anatema, ha dividido a los católicos, ha hecho posible que, dentro de la propia Iglesia se hiera, y en ocasiones gravemente, el dogma, la disciplina de los sacramentos, la liturgia y la enseñanza en los seminarios, noviciados y universidades católicas. La apertura al mundo, el salir a predicar y cristianizar a los pueblos, ha sido apertura al espíritu del mundo (y no se olvide que del mundo tentación).

Hay tres problemas, a saber: el de la libertad religiosa, tal y como se describe en Dignitatis Humanae, el del ecumenismo, como unión de las Iglesias y no como unión de los cristianos en la Sponsa Christi (y Cristo no fue polígamo), y el de la aceptación de la democracia sui géneris de las Conferencias Episcopales. Son problemas que, sin duda, el actual pontífice trata de superar y resolver, aunque sean poderosos los que quieran impedirlo. El Espíritu Santo no deja de asistir al Pueblo de Dios, para que sea Corpus Christi.

Si a la pasión y muerte del Mesías sucede su resurrección y glorificación, no debe ni sorprendernos ni desanimarnos lo ocurrido en la Iglesia, que ha sufrido, y más duramente ahora, en el tiempo pasado. Hay acontecimientos positivos, como la integración en la Iglesia de gran número de anglicanos, la nueva generación sacerdotal, la doctrina reiterada del Pontífice, la mayoría de nombramientos episcopales de acuerdo con ella, la invitación constante a recibir la comunión de rodillas y en la boca, la autorización explícita de la Misa llamada de Trento o de San Pío V y que cambió, no el Concilio, sino la reforma litúrgica posterior al mismo, el retiro de la excomunión a monseñor Lefevre y a los obispos que consagró, y el diálogo con el superior de la Hermandad de San Pío X, para que los sacerdotes que pertenecen a la misma puedan unirse plenamente a los que, no perteneciendo a ella, combaten, en el interior de la Iglesia, por la Iglesia de siempre.

Está claro, al menos para mí, que una de las cosas que ha de ser sometida a revisión es la pastoral política de la Iglesia. A la que apela el Concilio Vaticano II es a la del liberalismo que impregna a la Democracia Cristiana y que, lógicamente, dio nacimiento a los Cristianos por el Socialismo, y a la colaboración de una parte de la Iglesia, tanto discente y docente, con los comunistas. El consenso histórico en Italia de democristianos y comunistas hizo posible que de mutuo acuerdo se aceptase e impusiera por ley, luego aprobada en referéndum, el aborto como derecho, y con él la cultura de la muerte. El apoyo eclesial implícito, a lo menos, a la Democracia Cristiana fue, sin duda, fruto de una mala, por no decir pésima, pastoral política. Lo malo es que esa pastoral política ha sido imitada en otras partes; y al decir en otras partes, entiendo que el lector sabe dónde.

Esta exposición, que me duele describir, es un antecedente necesario para afirmar que “el hombre europeo, para salir de su letargo”, precisa de una Iglesia, peregrina, desde luego, pero también militante en el tiempo. Como militante se la llamaba, como se la sigue llamando purgante y triunfante.

Esta revisión incluye que, para despertar de su letargo, el hombre europeo, y especialmente el católico, sepa -y para ello se le enseñe- que siendo peregrino, es militante; y militante es el soldado de Cristo, que para eso recibe el sacramente de la Confirmación. El magisterio eclesiástico debe, a mi juicio, insistir en esta definición que Jesucristo hace de Sí mismo: “Yo soy la Verdad”, (Jn. 14,6) de toda la Verdad, y, por tanto, de la verdad moral, de la científica, de la histórica y de la política; y Cristo se define así dirigiéndose, no sólo al hombre aislado, sino al hombre como ser social, y, por consiguiente, a la sociedad en la que el hombre vive.

Esa verdad política se halla en los valores innegociables, que son a modo de roca viva sobre la que se apoya el edificio, es decir, el Sistema. Dichos valores son básicos, inamovibles. Si el edificio se construye sobre la arena de las opiniones, el primer temblor de tierra, o un viento huracanado, derribará el edificio, convirtiéndolo en un montón de escombros.

El caso de España da testimonio de las consecuencias del rechazo de tales valores, es decir, de la Verdad política. La derogación de los Principios fundamentales del Movimiento, con la reforma rupturista y no perfectiva, y la Constitución que tenemos, han configurado un Sistema que se halla en franca descomposición, abatido por la crisis moral y económica, por el creciente desprestigio de las instituciones, por la agitación social y por la política exterior.

El despertar del letargo al hombre europeo exige que el patriotismo deportivo se eleve de patriotismo emocional a patriotismo intelectual, y de patriotismo intelectual a virtud cristiana. Así nos lo dice Santo Tomás de Aquino, y así lo explica León XIII en su encíclica Sapientiae Christianae, de 10 de enero de 1890: “Por ley natural se nos manda amar y defender la Patria, hasta el punto de que el buen ciudadano no dude en afrontar la muerte en defensa de su patria. El amor sobrenatural a la Iglesia y el afecto natural a la Patria son dos amores gemelos que nacen del mismo principio sempiterno, ya que Dios es autor y causa de ambos”.

Leí, no sé donde, algo que quiero subrayar aquí: “el patriotismo está en la naturaleza social de todos los hombres (y lleva consigo) fidelidad a la Tradición y a los carismas peculiares que por don de Dios han configurado históricamente la identidad nacional”.

 

– P: El legado de Fuerza Nueva, como el buen vino, adquiere cada día más valor a la luz de los trágicos acontecimientos que ya fueron predichos por usted hace más de 40 años. ¿Le consuela esta circunstancia para al menos poder vivir en paz ante Dios y ante su conciencia?

– R: Cuando medito sobre el pasado, con una perspectiva sobrenatural, agradezco a la Providencia que me hiciese ver con acierto esa lucha permanente en el tiempo entre el bien y el mal, y que un episodio de la misma fue la guerra del 1936 a 1939, y tanto, que con acierto se la calificó, por quien podía hacerlo, de Cruzada. Su descalificación hecha de modo expreso o el olvido voluntario de esta palabra fue para mi excepcionalmente significativo, sobre todo porque esa descalificación y olvido se hacían desde la Iglesia y desde el Régimen.

Esta es la razón por la cual, yo, que no estaba en el engranaje político, pero si en las obras de apostolado, y en concreto de la Acción Católica, de cuya junta Técnica fui vicepresidente, consideré, como católico y como español, que debía abandonar mi propia celda, a fin de que los españoles no cayesen en ese letargo que, usted lo ha dicho, sufren hoy los españoles.

El combate fue muy duro, y no tanto por la reacción de los que se consideraban enemigos, sino por los que en cargos e instituciones del Régimen estaban entre nosotros, pero no eran, o habían dejado de ser, de los nuestros. Dios quiso darme la fortaleza necesaria para perseverar en el combate, una larga vida para dar testimonio oral, escrito y filmado de la auténtica historia que hemos vivido y estamos viviendo.

Mi conciencia, sin duda, por eso, está tranquila. No así la paz. Sólo los pazguatos, por su indiferencia o por su tibieza, pueden tenerla. Yo no lo soy. Tampoco soy pacifista, que quiere la paz (que puede ser sólo aparente) a cualquier precio. Yo soy pacificador y el pacificador (Mt. 5,9) goza ciertamente de la paz interior al tener su conciencia tranquila, pero combate por la paz social que en la España de hoy no existe, y en la que como dijo Fraga Iribarne “está en juego todo”. La paz por la que yo combato no es la aparente que da el mundo, sino la que Cristo da (Jn. 14,27) y no olvido que son bienaventurados los que trabajan por esa paz  (Mt. 5,9)

 

– P: Don Blas, cada día somos más en AD gracias sobre todo a su impagable aportación, ¿qué podemos decir a nuestros lectores y amigos en este momento en el que nos jugamos tanto?

– R: Deseo decir dos cosas; la primera, un chiste del que soy autor, y la segunda hacer una cita en el catalán de Jacinto Verdaguer.

El chiste imagina una conversación de Josep Lluis Carod Rovira, de Esquerra Republicana de Cataluña, “charnego”, hijo de aragonés y catalana, con el presidente actual de la Generalitat. Aquél manifiesta: “sepa, señor presidente, que yo, a pesar de ser charnego, soy nacional-catalanista, y, por tanto, separatista e independentista”. El presidente, con voz muy airada, le contesta: “y yo MAS”. La cita, de mosén Cinto, catalán y españolísimo, es de alguna manera una convocatoria a quienes se sientan españoles en Cataluña y en el resto de España: “treballa, pensa, lluita; mes creu, espera i ora. Qui enfonse o alça els pobles, es Deu que els ha creat”

Y termino con un grito de esperanza: ¡Viva Cataluña española!

Entrevista a Blas Piñar por «Alerta Digital». Publicada en la revista Fuerza Nueva. nº 1417.

Volver a empezar.

El régimen pasado del 18 de Julio y el actual de Monarquía parlamentaria han alcanzado un periodo de vida parecido. El segundo fue consecuencia del primero, mediante aquel enjuague jurídico que Torcuato Fernández-Miranda bautizó con el famoso “de la ley a la ley”, que no era la continuación de lo que había por la vía política, sino la ruptura y el quebrantamiento absoluto con todo ello. De haber ocurrido este episodio en cualquier otro país de Europa, puede que no hubiera tenido más trascendencia que la propia que conlleva cualquier cambio. Pero en una nación vieja, que había conseguido y sellado su unidad territorial y política hacía siglos, superando una guerra contra la insurrección comunista, de horrorosa brutalidad, y también contra una secesión que aprovechó una República de notables para reivindicar proyectos de independencia, resaltaba más la apuesta inequívoca por la unidad territorial. Este principio es el que ha fallado de forma estrepitosa.

Así es como podemos comparar un periodo con otro, conseguido el primero con supremo esfuerzo en tiempo de guerra mundial, en el que la amenaza permanente de invasión tanto podía venir por el lado del Eje como por el de los Aliados, en el caso de que Franco no se plegase a sus proyectos. Consiguió mantenerse equidistante de ambos, en un juego de habilidad prodigiosa que rayaba en el milagro. Luego vino el crecimiento, que llegó a instalarse en porcentajes superiores a los de Japón. Por otro lado los demonios separatistas, que siempre estuvieron amenazadores, aunque muy débilmente, eran combatidos a base de una educación que promoviese el tesoro regional, pero sin confundirse con desviaciones inconvenientes para todos, que no podían hacer otra cosa que promover enfrentamientos entre hermanos y volver a la tragedia de la guerra.

Los casi 40 años de Monarquía parlamentaria comenzaron por elaborar una Constitución de corte liberal, contradictoria, peligrosa, y permisiva prácticamente en todo. Así fue posible apostar por el sistema autonómico, que superaba al federalismo que embanderaban los socialistas y que colmaba, de momento, los intereses de los más conspicuos separatistas. Para ello se puso en marcha un dispositivo económico monumental, que ha empobrecido progresivamente nuestra hacienda. A dicho dispositivo se prestó con entusiasmo la Corona, que aunque por mandato constitucional era y es irresponsable, mediante la indicación y la sugerencia llegó a implicar al Banco de España, a los Bancos privados y a las empresas, públicas y privadas, para financiarlo. Y también para otorgar a Suárez un poder vicario que superaba al ejecutivo de su propio Gobierno. De ahí salió un complejo contable de cantidades espectaculares que hizo posible poner en marcha dos vertientes: la financiación autonómica y la de los partidos políticos. Y también la condonación de las deudas cuando éstas se hicieron impagables.

Mientras, el acoso terrorista se hacía insufrible, porque el régimen del Rey no supo, o no pudo, o no quiso cortar la cabeza a la serpiente de inmediato: temía incomodar a los cómplices, ya instalados en los gobiernos autónomos. Al monarca le tenían como rehén, secuestrado en el redil constitucional. Y España no sólo iba perdiendo gradualmente soberanía, sino españoles asesinados por pistoleros, puestos de trabajo en fábricas y obradores, sueldos y vergüenza. Vivíamos de la subvención europea, en un sentido, y del Estado, en otro. El régimen llegó a creerse que era capaz de pagar el sistema de Salud puesto en marcha por el régimen anterior sin problemas, así como las pensiones, el incremento en funcionarios de varias administraciones, el Congreso, el Senado, 17 parlamentos regionales y un derroche generalizado en gobiernos autonómicos y sindicatos.

Han sido casi 75 años divididos en dos periodos que han arrojado un resultado dispar. Con el primero, España, tras un periodo convulso y un esfuerzo titánico, se quedó en puestos de privilegio mundial, con mucho todavía por hacer pero en situación preferente para abordar un futuro esperanzador, entre los países más industrializados del mundo, en concreto en el número nueve. Pero el liberalismo de Estado dejaba aumentar las presiones de todo tipo, desde partidos hasta colectivos, sin pararse en evaluar los rendimientos negativos que aportaban para la hacienda y la moral pública. Al final, tras el Gobierno de distintos partidos, todos ellos ceñidos al patrón constitucional, daba la sensación de que paso a paso caminábamos un poco más hacia el abismo.

Así hemos llegado hasta aquí, con el agravamiento de una crisis mundial que a España le ha afectado en mucha mayor medida que a los demás por el sectarismo, la sinrazón y la ineptitud de sus gobiernos, empecinados en mantener un Estado de bienestar que no podía acomodarse jamás a los medios con los que podía contar. De ahí que el segundo periodo de estos últimos 75 años nos haya hecho retrotraernos a economías de posguerra, a situaciones de hambre, a la pérdida del bien mejor logrado, la clase media, a un paro imposible de soportar de no mediar una economía sumergida y al puesto número 12 entre los países más industrializados del mundo. Y esto nos obliga, por nuestros errores, a volver a empezar, aunque alguien tendría que pagar por ello.

Publicado en la revista Fuerza Nueva. nº 1417

Revista Fuerza Nueva nº 1417

 

La manifestación espontánea del 12 de Octubre en Barcelona ha sido una respuesta, rápida e inesperada, a los aires de independencia que los políticos catalanistas han puesto en marcha últimamente con renovado entusiasmo, y que explica, sin necesidad de palabras, la identidad española de Cataluña, que está harta de confundir amor regional con intereses económicos y frustrados intentos de estabilidad política.

 

El espejo

Entrevista a Blas Piñar

Por Alerta Digital

Panorama. Por P. Manuel Martínez Cano (mCR)

Ese es el camino:

¡Viva Cataluña española!

Documento. Por Eduardo Palomar Baró

Companys proclama el “Estat Català”: 6 de octubre de 1934, revolución en Cataluña

Hispanoamérica. Por Nemesio Rodríguez Lois (México).

¡Por fin!:

La Cristiada en España

Internacional . Por Arturo de Sienes

Una Unión Europea en crisis obtiene el Nóbel de la Paz

Tema denuncia. Por Redacción

Argentina: La catedral de La Plata, defendida por jóvenes católicos

Máxima responsabilidad de la ruina moral y material de España… ¿Nos ha castigado Dios?

Este escrito, Señor: es un argumento en el que expongo las razones que sirven de fundamento para tal forma de proceder. Un escrito de conclusión a tenor de las probanzas que mantengo.

Por su condición de Jefe de Estado a título de Rey, representante de la Corona que como institución máxima ahorna todo el entramado jurídico-institucional de la nación, e impulsor y propiciador del actual sistema hasta el punto de haberse acuñado a su favor el término “motor del cambio”, empezaré diciéndole que me parece absolutamente sorprendente que nadie le impute la máxima responsabilidad de lo que hoy es España: una nación a la deriva, con gravísimas dificultades para seguir existiendo y casi sin posibilidades de rectificación.

Y digo que me parece sorprendente porque fue usted, Señor, bien es cierto que en compañía de otros, quien diseñó la llamada Transición, de la que ha tomado impulso está ruina que nos precipita al abismo. Que nos precipita al abismo, a no ser, naturalmente, que exista una rectificación y venga marcada por otros principios distintos a los que se han venido sosteniendo, y, además, sea dirigida por otra persona que ya no puede ser usted ni lo que representa. Una rectificación que destruya la obra creada a partir de la conculcación que se hizo del Régimen del 18 de Julio, que usted, Señor, juró solemnemente defender, a través de un delicado y complejo proceso de involución sustentado en el engaño.

Intervenidos económicamente por Europa; sin futuro económico porque toda la estructura productiva se ha destruido o vendido al mejor postor; con una ofensiva independentista casi imposible de parar tanto en Cataluña como en Vascongadas, en esta última región sustentada por un terrorismo al que durante muchos años se ha dejado actuar y que a punto está de conseguir su propósito, e invadidos por una inmigración desbordada que vive a costa del presupuesto social cada vez más mermado e insuficiente que será causa más pronto que tarde de gravísimos problemas de convivencia, todo lo que usted representa, Señor, es un fiasco de proporciones mayúsculas.

Un fiasco sostenido por una Constitución que es el punto de apoyo sobre el que descansa todo el ordenamiento jurídico que consagra un modelo de Estado ciertamente particular, el Estado de las Autonomías, a través de un complejísimo sistema de distribución competencial diseñado por el Título VIII. “Una excepción jurídica y política”, como reconoció en su día el propio Tribunal Constitucional, que ha arruinado a España, y que ha sido y es causa de todo tipo de disensos, imposibilitando en la actualidad una rectificación de rumbo sobre un proyecto común compartido por todas las regiones de España.

Estamos, Señor, ante el verdadero suicidio de España, un contrasentido que prefija el propio Tribunal Constitucional en Sentencia 32/1981:

“… Es obvio que el término Estado es objeto en el texto constitucional de una utilización claramente anfibológica. En ocasiones el término Estado designa la totalidad de la organización jurídico-política de la nación española, incluyendo las organizaciones propias de las nacionalidades y regiones que la integran y la de otros entes territoriales dotados de un grado inferior de autonomía; en otras, por el contrario (artículos 3.º.1,149, 150), por Estado se entiende sólo el conjunto de las instituciones generales o centrales y sus órganos periféricos, contraponiendo estas instituciones a las propias de las Comunidades Autónomas y otros entes territoriales autónomos.”.

Pero usted, Señor, como quienes le acompañaron en la conculcación de la legalidad que acató y juró defender, no vio ni oyó nada. Y no vio ni oyó nada porque en su osadía todo comenzaba con usted, despreciando y tirando por la borda lo que España había conseguido con gran esfuerzo y prudente constancia. De esta forma no escuchó a nadie. A nadie con un mínimo de crédito moral e intelectual que no actuase en función de sus particulares intereses o contra los intereses de España, que en el caso de muchos era palpable y notorio. Y así nos encontramos. Por ende, se alejó del cariño y del respeto que le profesábamos muchos españoles, y hasta tuvo suerte durante años, porque quienes de tal forma seguíamos comportándonos con usted, Señor, lo hacíamos por ser fieles a Franco y en beneficio de España.

Consecuencia de todo lo que venimos comentando es el resultado de lo que hoy padecemos. Que la “marca España” no hay quién la compre, salvo para el proyecto Eurovegas, que no lo quiere ninguna nación de Europa. Somos, y eso es lo que usted representa como Jefe de Estado a título de Rey, una nación corrupta, amoral y arruinada. Una nación cuyos casos de corrupción escandalizan hasta en África. Amoral, por cuanto cada vez estamos más alejados de todo compromiso ético y moral. Y arruinada, hasta el punto de tener que ser intervenidos para seguir existiendo. Con todo, Señor, estamos a la cabeza respecto de nuestros socios europeos en algo: somos el primer país europeo y a la cabeza del mundo en las peores lacras morales que nos están destruyendo, sobre todo en aquéllas que más afectan a nuestros jóvenes (alcoholismo, drogadicción, hedonismo, abortos…), jóvenes que son también los peores formados y preparados para el futuro, lo que nos sitúa aún más en el precipicio.

Señor, ¿cuántas veces nos dijo que íbamos bien? ¿Cuántas veces asoció la marcha de este sistema al logro de fines beneficiosos, aunque dichos fines estuvieran como hemos visto anclados en el derroche económico y el espíritu caciquil de sus políticos y especuladores en autonomías y diputaciones? ¿Cuántas palabras se han pronunciado a favor de estos mismos políticos que nos han llevado a la ruina total, a los que usted mismo ha condecorado con títulos nobiliarios?… Comprenda entonces y convenga conmigo, Señor, que para muchos españoles su comportamiento haya estado presidido por una enorme banalidad.

Por una enorme banalidad porque usted, Señor, como máxima autoridad de la nación ha asumido el plan que se le ha venido imponiendo desde la estrategia que han sustentado ininterrumpidamente esas otras fuentes de energía que junto al motor, que era usted, producía el movimiento de la nación. Una nación que hasta anteayer ha estado sometida al desmadre especulativo y al saqueo del erario público, consecuencia de las durísimas medidas de ajuste que hoy se tienen que tomar, no tanto como consecuencia de la crisis global que padecemos, como de lo dicho anteriormente, sumiendo a la población en una dinámica de angustia de consecuencias y resultados imprevisibles en el corto, medio y largo plazo. Una situación que ni siquiera puede sustentarse en la idea de un pacto que permita un consenso nacional, por cuanto la nación española como tal está política y socialmente fragmentada.

Con todo, no crea que su responsabilidad puede circunscribirse sólo a su condición de Jefe de Estado, aun siendo está responsabilidad más que suficiente. Y no lo es, porque también se debe hablar de su comportamiento más personal, que en aspectos fundamentales no es merecedor de ejemplo, todo lo contrario. Me refiero, Señor, al juramento solemne y libremente manifestado del que después se desdijo. A que con su firma se legalizó el aborto, que es a todas luces una infestación de la obra de Satanás sobre España. De ahí que la Historia pueda calificarle con adjetivos que ningún rey de España debiera ostentar.

Todo ello sin mencionar casos como el de su fortuna personal, tema suficientemente abordado. O las dudas que todavía planean sobre su verdadera actuación el 23-F, poco trasparente a juicio de muchos, incluso desde su círculo más íntimo: el de la propia Reina, su esposa, que le dice a la periodista Pilar Urbano que la actitud del Rey respecto a ciertos generales implicados en el 23-F, antes del suceso, fue “ambigua y poco clara”.

Ni siquiera, Señor, podemos estar orgullosos de su propia familia, de la Familia Real, a la que hoy vemos desestructurada por el divorcio de la Infanta Elena, la situación judicial de su yerno, Ignacio Urdangarín, incluso por el matrimonio del Príncipe Felipe. Razones todas ellas, y cada una en particular, que a más de uno, y a lo largo de la historia, dejó en la cuneta de sus pretensiones, convirtiéndoles en simples porteadores de una Corona que jamás se ceñirían sobre sus sienes, porque la Familia del Rey debía ser ejemplo y modelo para el resto de la nación.

Yo creo, Señor, que Dios nos ha castigado. Y lo ha hecho porque hemos vivido de espaldas a Él. En principio, y como ya he dicho, porque se conculcó un régimen legal de inspiración cristiana que tantos frutos de beneficios sociales, económicos y culturales había dado, y podía seguir dando a la nación. Y en segundo lugar, porque sobre esa conculcación se hizo y se ha venido haciendo todo lo contrario de lo que la recta razón ordena. De ahí que hoy sea meridianamente claro para muchos españoles que sobre el engaño que se ocultó, a fin de trasformar la realidad, se haya conformado una nación virtual y alejada de toda realidad objetiva a partir de un subjetivismo moral que ha dado paso a un relativismo en todos los órdenes de la vida de la nación. Una nave, España, cuyo “motor” hay que cambiar porque está gripado.

Por eso le decía, y le sigo diciendo, Señor, que si hubiese un mínimo de conciencia crítica y nivel moral, incluso si  hubiese patriotismo más allá de nuestros sentimientos por los éxitos deportivos, la población española, engañada, emprendería una campaña contra una presunta Monarquía que ha perdido su representación de la realidad en virtud de su inexplicable claudicación, para poder emprender una rectificación con el bagaje de lo que ya sabemos.

Señor, quienes a lo largo de todos estos años hemos venido sustentando los principios que nunca fallan de Dios, Patria y Justicia reconocemos que siempre hemos tenido razón, toda la razón:

La razón intelectual puesta de manifiesto por don Blas Piñar el 16 de septiembre de 1979 en Medina del Campo, que suscitó un debate dialéctico con don José María Ruíz Gallardón, de la Ejecutiva de Alianza Popular (AP), a través de varios artículos publicados en las páginas del desaparecido diario El Imparcial, posteriormente agrupados en el libro ¿Hacia la III República? (Editorial Fuerza Nueva, 1979), que aporta “una inestimable riqueza de conceptos aclaratorios” sobre la forma de Estado monárquica. Y la razón del sentido común puesta de manifiesto de modo ciertamente espontáneo un año antes en la calle, cuando usted, Señor, realizó su primer viaje a Méjico entre el 17 y 22 de noviembre de 1978… “¡Que se quede en Méjico, en Méjico, en Méjico; que se quede en Méjico y que no vuelva más!”

Pablo Gasco de la Rocha.

Publicado en la Revista Fuerza Nueva. nº 1416.

De la muerte de Carrillo al proceso de independencia de Cataluña…

Termina la Transición, ¿comienza el Apocalipsis de España?

De esta especie de canonización laica que se ha producido a la muerte de Santiago Carrillo se deduce una sola cosa: sin su colaboración entregada, sin el concurso de su sublime sacrificio, hubiera sido imposible la Transición. Porque el coro ha sido unánime: desde la prensa, las radios y las televisiones de izquierdas y de derechas hasta el hombre-masa orteguiano que anda habitualmente por la calle infectado hasta el tuétano de ondas, redes sociales, tabletas, móviles y toda la inmensa caterva del linaje informático, han concluido que los españoles, sin su presencia entre nosotros, hubiésemos estado huérfanos de legitimidad, de principios democráticos, de honradez política, de vergüenza y de verdad histórica.

Ha dado la sensación de que aquella guerra horrorosamente cruda, en la que la persecución religiosa a cualquier nivel fue su principio inspirador, ha sido ganada por el que, con la derrota y la vida salvada, no tenía suficiente: había que darle el víctor de triunfador, la razón histórica y hasta la palma (laica, por supuesto) del martirio. ¿Se imagina alguien a cualquier Rey de las monarquías europeas actuales dándole el pésame a la familia del doctor Mengele, por ejemplo, o a los sionistas de hoy no sólo indultando a Eichmann sino glorificándole por su contribución a la paz y la concordia del género humano?

La verdad igualmente cruda

Carrillo siempre fue una losa para el Partido Comunista, al menos para el que conocemos desde 1977. Así me lo decía a mí el encargado para la Memoria Histórica de este grupo político, que ponía en boca de Paco Frutos, un catalán que fue secretario general del partido, este aserto: “No podremos hacer nada positivo mientras este hombre siga vivo”. Santiago Carrillo, ese gijonés sin oficio ni beneficio, dedicado desde su primera juventud a la lucha política revolucionaria más antidemocrática y criminal que podamos conocer, era hijo de un honrado socialista y buen español: Wenceslao Carrillo. Le traicionó a él, cambiándole por Stalin; traicionó al socialismo, entregándoselo atado de pies y manos al zar rojo; traicionó al general Miaja, echándole las culpas de Paracuellos, de lo que el militar ni se enteró; traicionó a Monzón, dejándole a los pies de Franco en el Valle de Arán con las incipientes incursiones del maquis, por una vez medianamente organizado; traicionó a Grimau por efecto o por defecto, pero lo hizo; traicionó a Moscú con la Primavera (crudo invierno) de Praga; traicionó al Partido Comunista, ya en España, aceptando monarquía, bandera e himno nacional (absolutamente ajenos a él en todo); traicionó a los comunistas que se habían partido el cobre en las primeras elecciones de 1977 y 1979, debilitando el partido y dejándolo en los huesos, y, por fin, como en los viejos tiempos, traicionó de nuevo al comunismo pidiendo el carné del PSOE y uniéndose a las filas de Felipe González, un presidente de Gobierno que había dicho de él que era un “saco de maldad”.

No se le conoció jamás nunca nada a favor de la clase trabajadora, más que palabras. No dejó escrito nada que sea de uso político, histórico, ético o social de cierta trascendencia para las generaciones venideras. No se le conoce más que el arte del embuste, la socarronería y el chascarrillo lleno de perversa ironía. Y no se movió del escaño el 23-F porque el terror invadía sus costuras, según me contaron los guardias civiles que entraron en el hemiciclo y subieron por esa escalera a cuyo extremo, en una de sus filas, se sentaba él. Yo estaba allí. A base de estos materiales sucios se ha hecho la Transición, cuando ésta no comenzó, como dicen los indocumentados o los vilmente interesados, con la Constitución del 78, sino con la España de 1939, que pretendía despojarse y quemar para siempre aquellos ropajes malolientes de la vieja política, cargados de vicios y empapados en sangre inocente. Para ello, para que continuara aquella tarea reparadora, nombraron en 1975, cuando España estaba hecha un bombón, a un Rey joven, limpio, de familia real pero sin los vicios heredados de la República ni de la Monarquía que abandonó su abuelo, dejando una España indefensa y a la intemperie del pistolerismo político. Pero ese monarca refundado para una monarquía con poder, aunque no le hiciese falta para nada la Corona, prestó sus oídos a la defección y a una supuesta aristocracia de la cultura que había bebido en aguas turbias, cargadas, por un lado, de mala conciencia y, por otro, de rencor vengativo. Y así nos va.

Comienza otra etapa

Ya no hay marcha atrás. Urkullu, Mas, o cualquier otro pueden pedir lo que quieran porque saben que enfrente no es que no haya autoridad: no queda nada de España. Del Rey hacia abajo es todo un hilo conductor de electricidad sólo con voltaje para defender un principio, al que llaman democracia, que es el menos democrático que puede existir: si hay referéndum (que lo habrá, aunque se salten a la torera las leyes aprobadas por ellos) no consultarán a todos los españoles, que sería lo lógico, sino sólo a los que han sido inoculados del sentimiento catalanista, que es el menos catalán y humano de todos los sentimientos. Es como si a un cuerpo que ha estado siempre unido le consultan acerca de si le quieren seccionar un brazo. No hay que preguntar sólo al brazo; hay que hacerlo a todo el cuerpo, a ver si está de acuerdo en la separación de éste, que cumple su función en un todo y no en una parte.

Y respecto a Europa no nos vayamos a creer -como nos machacan a diario- que no iban a aceptar a un territorio separado. Falso. Ya hay voces que se manifiestan a favor en el Parlamento y en el Consejo Europeo, y los secesionistas que viven en España lo saben. Juegan con una Europa que está tan políticamente sodomizada como la nuestra, preocupada de la moneda y al margen o por encima de segregaciones o fronteras. Le importa poco que sea matrimonio homo o hetero, con tal de que aporte euros y no se los quite. Rajoy a esta Transición va colgado del estribo, como en los antiguos tranvías. Y al jefe del Estado se le sale el trole. Y es que se han olvidado del primero de los principios (anterior al dios democracia): España es patria, y patria quiere decir tierra de padres. Incluida Cataluña, o Vasconia, o Canarias, o La Rioja. Y para defenderla hace falta un concepto moral que estos seres aparentan desconocer por completo. Esperemos al Apocalipsis, pero más en su segunda creación que en la primera, donde aparece sin la serpiente ni el pecado.

Luis Fernández-Villamea

Publicado en Piedras de toque. Revista Fuerza Nueva nº 1416.

A 79 años del acto fundacional de La Comedia… José Antonio

Basta decir su nombre para saber que se trata de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia. No hacen falta los apellidos. Esto es así, sin duda, porque José Antonio identifica, con este nombre, a un personaje excepcional, a una figura clave de la historia española contemporánea.

De él hay que resaltar lo que en su biografía política es más importante, aquello que, por ejemplar, tiene magisterio para el día de hoy, tanto entre nosotros como más allá de nuestras fronteras.

El protagonista aparece en el escenario de un teatro madrileño. En “La Comedia” pronunció el discurso fundacional de la Falange. Fue el 29 de octubre de 1933.

Yo era un chaval de 13 años. Vivía en Toledo. En aquel entonces no eran muchas las familias con aparatos de radio en sus casas. Nosotros no lo teníamos, pero supe que podría escuchar ese discurso en la de un matrimonio amigo de mis padres. Vencí todo respeto humano y me fui a ver a esos amigos y a rogarles que conectaran con la emisora.

No he podido olvidarlo. Antes de que hablase  José Antonio, el ambiente en el local, lleno hasta desbordarse, contagiaba a través de las ondas. El locutor hablaba no sólo del lleno absoluto, sino del entusiasmo de quienes se habían congregado en el mismo, y hasta de unas octavillas de adhesión al acto, de jóvenes del Partido Nacionalista de Albiñana.

Oí el discurso con un silencio emotivo. Me impresionó; mejor dicho, me conmovió, y me convenció José Antonio. Interpretaba, daba a conocer, decía en público, lo que yo, un adolescente entonces, pensaba y sentía, y que era, en síntesis, aquello que, sin saber exponerlo con gallardía, aprendí de mis padres y me enseñaron en el colegio.

En el prólogo que tuve el honor de escribir para la sexta, séptima y octava edición del libro de Felipe Ximénez de Sandoval, José Antonio. Biografía apasionada, que editó Fuerza Nueva muchos años después de aquel acto, di una versión similar a la que acabo de exponer.

En Toledo, y en el Cine Moderno, hubo un acto-presentación de la Falange el 24 de enero de 1935. Asistí. Alguien, siendo ya Notario de Madrid, me envió una foto, en la que yo entraba en el patio de butacas, donde, por cierto, no encontré lugar y tuve que subir al “gallinero”.

Habló José Antonio, al que encontré triste, a la vez que brillante. Brillante porque había un público que le vitoreaba y aplaudía, y era lógico que lo agradeciese; y triste porque quien le había precedido en el uso de la palabra no estuvo muy acertado.

Por la tarde se celebró un partido de fútbol, que presencié, entre un grupo de falangistas madrileños y otro de falangistas toledanos.

No tuve ocasión -era un chiquillo- de conversar, ni siquiera de dar la mano a José Antonio.

Hay que situar a José Antonio en su tiempo, es decir en los años posteriores al término de la Primera Guerra Mundial, la de 1914 a 1918. Los cimientos de Europa se estremecían profundamente y la revolución rusa, con la implantación de un régimen comunista que proyectaba el marxismo a las naciones del continente, produjo, como lógica respuesta, el nacimiento y la llegada al poder de partidos políticos que se oponían con valor al desmantelamiento de las mismas.

Estos movimientos políticos se  acostumbra a denominarlos “fascistas”, con ánimo despectivo, y, en general, se entiende que así lo son por significarse políticamente usando las camisas de color (negras, pardas, verdes, azules, doradas).

Sobre ambas cosas quiero pronunciarme, para perfilar la figura de José Antonio y de su partido.

¿Fue José Antonio fascista?  Mi respuesta, “Sí y No”, puede sorprender, pero el que sorprenda no equivale a decir que sea desacertada.

Prescindiendo de lo que la palabra fascista tenga de despectivo, el “Sí” corresponde a una generalización gramatical del fascismo italiano, que abarca y comprende a los partidos políticos antimarxistas y no capitalistas, a que antes hicimos referencia.

Pues bien, lo que tenían en común el fascismo italiano y los grupos políticos a los que así se les califica no era su filosofía política esencial, que era distinta, sino el hecho de pretender y esforzarse en reencontrar las propias raíces nacionales, su identidad histórica; y en última instancia los valores básicos de la civilización occidental.

La calificación de fascismo y de fascista tiene su origen en la propaganda dirigida por Moscú, que arrojó con desprecio una y otra palabra a quienes no militan en la izquierda, e incluso a los que militando en ella, como ocurrió con el POUM, o la FAI, en nuestra guerra, no apoyaban al comunismo “ortodoxo” de la URSS.

La comparecencia, y al unísono, de los movimientos políticos nacionales, hizo que aquellos que alcanzaron el poder en sus países influyeran en los que trataban de conseguirlo. Pero una cosa es ser fascista y otra reconocer la influencia del fascismo. Una cosa es llevar una camisa de un color determinado y otra que el que la lleva sea un fascista. Probablemente es el color de la camisa el que pone de manifiesto su contextura política.

De aquí que la respuesta “Sí y No” no sea contradictoria. José Antonio y la Falange fueron fascistas, si con esta denominación se engloba a los movimientos políticos nacionales surgidos después de finalizar la guerra de 1914 a 1918. Pero ni José Antonio ni la Falange fueron una sucursal española del fascismo italiano.

Tampoco, ni mucho menos, fue José Antonio un discípulo aventajado de Adolfo Hitler.  Si el nacional-socialismo hizo de la raza el pedestal supremo del nacionalsocialismo; si el fascio nació y creció al servicio del lema “todo en el Estado”, si incluso -aunque desde un planteamiento diferente- el Partido Comunista lo hizo en la clase obrera, José Antonio, que fundó un movimiento nacional-sindicalista, reconoció la importancia de los cuerpos intermedios, y proclamó que, políticamente, el hombre ha de ser considerado ante todo como un ser portador de valores eternos.

Más cerca estuvo el fundador de la Falange del rexismo belga de León Degrèlle, y de la Guardia de Hierro o Legión de San Miguel Arcángel (pues con ambos nombres fue conocido), que fundó en Rumanía Cornelio Zelea Codreanu. En ellos, como en José Antonio, está vivo el propósito de aproximar en la medida de lo posible la Ciudad del hombre a la Civitas Dei.

Esta vinculación del hombre portador de valores eternos a la “polis” la puso de manifiesto José Antonio de un modo admirable al configurar al falangista, no como un militante de los partidos políticos de la democracia inorgánica, al que se entrega un carnet, que paga una cuota mensual, que participa en unas elecciones, como elector o elegible, sino como persona que se juega en esta vida su futuro eterno. José Antonio quería un militante sui generis; mitad monje y mitad soldado; no para dividirlo, como le han criticado algunos, sino para completarlo interiormente y fortalecerlo. Para José Antonio, ser monje es tanto como ser un soldado de Cristo, y ser soldado dispuesto a dar la existencia por la esencia.

Si a la imputación despectiva de fascismo se acompaña, de ordinario, la de extrema derecha, conviene que no olvidemos esta palabra, que se pronuncia o escribe como un insulto, porque José Antonio, como quienes comulgamos con  su doctrina, ni siquiera fue de derechas, que es una forma de ser liberal; José Antonio, que detestó el liberalismo -tal y como lo hicieron en repetidas ocasiones los romanos Pontífices- superó el binomio derecha-izquierda de la Revolución Francesa, invocando como valores fraternos lo nacional y lo social, bajo el signo religioso. La sociedad que contemplaba José Antonio no puede, ni debe, concebirse como una cuerda de cuyos extremos tiran dos grupos antagónicos, y que acaban rompiéndola, sino una sola cuerda de la que todos, a la vez, tiran en un solo sentido, sumando fuerzas. Esa es la razón del combate por la Patria, el Pan y la Justicia. Por eso, los Sindicatos verticales deben sustituir a los que no lo son, a los que estimulan la lucha de clases y el enfrentamiento de patronos y obreros, y producen el paro y el cierre de las empresas.

José Antonio pretendía -como asumió de Ramiro Ledesma Ramos- la “nacionalización de los trabajadores”.

Su definición de la Patria española como unidad de destino en lo universal revela el modelo de la unidad del hombre, y comprende dos cosas: de una parte, que la unidad de lo diverso se hace a imagen y semejanza del único Dios omnipotente y trinitario porque lo es en tres Personas consustanciales, distintas, y de otra, que el respeto y el amor a la unidad de lo diverso enriquece y fortalece a la Patria. Así lo ha demostrado nuestra historia.

Esta concepción de la Patria exige una política exterior determinada, que sólo existe cuando es resultado de una política interior. Aquélla es el fruto lógico de ésta, como el semblante lo es de la salud.

Por eso, la doctrina joseantoniana se pronunció contra el separatismo que mutila o fragmenta a la Patria, así como contra el propósito de deshacerla espiritualmente, al perder su identidad, ya que ella forma parte de la diversidad interna, que no la divide territorialmente, y no debilita el espíritu de la nación.

Otro tema sobre el que estimo que es necesario prestar atención, pues se presenta confuso, o prejuzgado, es el de Monarquía o República. ¿Era José Antonio monárquico? ¿Era republicano? Es cierto que estimaba que el 14 de abril de 1931 había fallecido la Monarquía, pero también es verdad que monarquía no es lo mismo que régimen monárquico. La prueba es que el yugo y las flechas, las de un régimen monárquico, fueron escudo e insignia de su movimiento político.

El tema a estudiar no es semántico, de dos palabras contrapuestas, sino del contenido político de las mismas, ni tampoco de llamar al jefe del Estado Rey o Presidente. Si es el contenido político lo que importa, hay que saber que hay monarquías absolutas, monarquías liberales, monarquías parlamentarias y monarquías que llamamos tradicionales. Igualmente hay repúblicas que se apellidan de manera similar. En uno y otro caso hay monarquías republicanas y repúblicas monárquicas.

Hay monarquías de nombre y que son “repúblicas coronadas” como dijo de la nuestra, y con acierto, Manuel Fraga, o coronas sin monarquía, y hay repúblicas monárquicas que se encubren con el gorro frigio. De aquéllas son ejemplo las monarquías de los países del norte de Europa y de las segundas las repúblicas presidencialistas.

En el caso de España, la Transición rupturista se hizo disfrazando de monarquía el régimen actual, y el disfraz tuvo tres piezas: la corona, el himno (la Marcha real) y la bandera roja y gualda, que aceptaron incluso los comunistas.

Para entenderlo hay que contemplar dos Sistemas, el de la unidad del poder o el de la separación e independencia de tres poderes. Con este último lo que se pretende es que el poder único no se convierta en absoluto, despótico y tiránico. La Revolución francesa quiso sustituir el “Estado soy yo” de Luis XIV, por el triunvirato de tres poderes, a saber: el legislativo, el ejecutivo y el judicial.

Esta independencia, para evitar el abuso, ha fracasado, y no pocas veces, una de ellas, en la España de hoy. El fracaso se debe a que esos poderes se enfrentan, y uno de ellos acaba adueñándose de los otros de tal forma que el judicial se politiza, o el ejecutivo se judicializa, o el legislativo se impone al ejecutivo y al judicial.

Quienes han luchado para evitar el abuso del poder, fragmentándolo, ignoran, o han rechazado sin ignorarlo, que hay otro modo de evitar sus abusos. Tales limitaciones del poder proceden de arriba y de abajo, considerando, por lógica, que los llamados poderes no son otra cosa que funciones del mismo, ordenados al bien común y al servicio de la nación.

La limitación de arriba procede de la ley natural y de la moral objetiva, y por tanto, de los valores innegociables. La limitación por abajo procede de la soberanía social, que respeta y acepta aquellos y no los quebranta.

Nadie, creo yo, como Santo Tomás de Aquino, nos da noticia del mejor régimen político, que no es otro que aquél en el que se dan cita tres principios, a saber, el monárquico, el aristocrático y el democrático.

El monárquico, es decir, como su nombre indica, la unidad del poder; el aristocrático, o sea del gobierno de los mejores; y el democrático, que se hace presente de forma participada en un referéndum o representado, a través de elecciones, para cubrir los escaños de las Cámaras o Cámaras legislativas.

Otro aspecto que conviene subrayar es el de la actitud de José Antonio con respecto a un entendimiento con otras fuerzas políticas, que podemos llamar nacionales. Si en principio el punto 27 de la Falange se pronunciaba de una forma aislacionista, la maduración de su pensamiento y la situación de la España de entonces le llevó a un cambio de postura, al pedir un Frente Nacional con los tradicionalistas, lo que era tanto como reconocer en el tradicionalismo parte de su doctrina política, así como una fuerza de profundas raíces nacionales, que muchos años antes de la guerra europea que concluyó en 1918 había luchado y combatido por una España fiel a sí misma.

No sé si estuvo o no a punto de llegar a un acuerdo, ni siquiera si hubo o no conversaciones para lograrlo, lo que sí sé es que con el nombre de “Tyre” comparecieron en diversos actos los tradicionalistas y militantes del partido monárquico Renovación Española.

Lo que sí tuvo importancia de cara al futuro es que la propuesta joseantoniana de un Frente Nacional dio más tarde su fruto. A mi parecer, puso de relieve que los términos tradición y revolución no eran incompatibles, si la tradición no es inmovilismo y si la revolución no es revuelta.

La revolución es un revolver -volver de nuevo- en busca del pasado que nos dio vida y prestigio, y tradición es inspirarse en ese pasado para construir el futuro. No hacer, como decía José Antonio, lo que ellos hicieron, sino lo que ellos harían en el tiempo presente. Hay pues una tradición revolucionaria, y una revolución tradicionalista, y, esta última, es la puesta al día, el aggiornamento justo y necesario de enfrentarse con una situación nueva y con los problemas graves de una época distinta. José María Codón, tradicionalista, escribió un libro que se publicó por Fuerza Nueva Editorial, en su segunda edición de 1978, que se tituló: La tradición en José Antonio y el sindicalismo en Mella. Con esta argumentación he sostenido que José Antonio convocó a una revolución nacional impregnada de tradicionalismo.

Claro es que esta opinión tiene su base en una distinción: que carlismo y tradicionalismo no se identifican y que uno y otro no se refieren a lo mismo. Yo entiendo que se puede ser tradicionalista sin ser carlista. Para darse cuenta de ello basta acogerse a la legitimidad de origen y a la de ejercicio. Aquella tampoco se identifica con ésta. Mas una  legitimidad de origen se invalida cuando falla la de ejercicio.

El carlismo no puede negarlo, porque, como en el caso del pretendiente a la corona, Carlos Hugo, que, perteneciendo a la dinastía legítima, era un admirador del comunista Tito, pedía la inserción de Navarra en Euskadi, y tuvo un grupo de seguidores que se integró en Izquierda Unida. Creo que esa conducta da cuenta de que se puede ser de la dinastía legítima y no estar de acuerdo con la legítima tradición. La Comunión tradicionalista que permanece fiel denuncia este tipo de carlismo.

El auténtico carlismo no es fiel a un monarca que no ocupa la corona y que está en el exilio, sino que lo es en tanto en cuanto mantiene su fidelidad a la tradición. Por eso ha habido y hay un tradicionalismo que no tiene que ser necesariamente carlista. El tradicionalismo de Balmes o de Menéndez y Pelayo no puede negarse, y lo eran tanto como Vázquez de Mella o Victor Pradera.

Esta bandera “alzada” por José Antonio se hizo visible en el trance doloroso de la guerra; trance en el que  estaba en juego la existencia de España.

En el tomo III de mi libro Escrito para la historia escribí que “Siempre entendí que el Movimiento Nacional era el Amazonas ideológico y beligerante que recogió, como afluentes, el caudal de las fuerzas políticas que contribuyeron con su doctrina y sus voluntarios al Alzamiento, a la Cruzada y a la construcción del nuevo Estado. En esta línea de pensamiento y acción se condujeron  Fuerza Nueva  y el Frente Nacional y, como es lógico, yo mismo. Recoger los caudales me pareció lógico y necesario. Retroceder hasta las fuentes de origen, para desviar el cauce, lo estimé suicida. La innata tendencia a la diáspora, que tanto mal nos ha hecho, había que contrarrestarla. Dada nuestra forma de ser y nuestro talante, se impone incrementar la fuerza centrípeta, evitando así la  connatural dispersión que la fuerza centrífuga conlleva; aunque reconociendo explícitamente que no es lo mismo unidad que uniformidad.

“Esta unidad sin uniformidad era exigida en este caso por la sangre  vertida en común, tanto en las trincheras, con su héroes, como en la zona roja, con sus mártires, como por el hecho bien significativo de aquel 20 de noviembre de 1936 en Alicante, es decir, junto al Mediterráneo, por donde llegaron a España la Fe y la Cultura. Aquel día fueron fusilados, junto a José Antonio, dos falangistas, Luis Segura Baus y Ezequiel Riva Iniesta, y dos tradicionalistas, Vicente Muñoz Navarro y Luis López López, que habían tratado, aunque sin éxito, liberar al fundador de la Falange, Conviene señalar que Luis López fue detenido por haber dado refugio en su casa al jefe de Falange de Orihuela, Antonio Piniés y Roca de Togores.”

Franco lo entendió así, aunque no lo entendieran todos; pero los enfrentamientos acaecidos en la zona roja no se produjeron en la nacional, y aquellos, en gran parte, contribuyeron a la victoria del 1 de Abril de 1939.

Es muy significativo que el Príncipe Javier de Borbón Parma, en carta que tengo en mi poder, fechada en París el 30 abril 1937, recién publicado el Decreto de Unificación de las fuerzas políticas, comunicaba a Franco su “empeño de cooperar eficazmente al anhelo de unidad política a que responden sus últimas disposiciones”. La carta fue entregada personalmente al Caudillo por don Rafael Olazábal.

Dos españoles muy representativos como Manuel Fal Conde y Manuel Hedilla, más tarde, reconocieron que Franco acertó, y no sólo porque requetés y falangistas, sus tercios y banderas, continuaron combatiendo unidos, sino porque puedo dar testimonio de cómo ambos vieron con verdadera simpatía a “Fuerza Nueva”, nacida en 1966, cuando el proceso dinamizador del régimen franquista estaba en ejercicio.

A Fal Conde le conocí en la concentración tradicionalista de Montejurra, de 5 mayo 1963. Terminado el Vía Crucis, hubo un almuerzo en el restaurante El Oasis. Me pidieron que hablara. Mi discurso se publicó íntegramente en las revistas Boina Roja y Montejurra.

José María Valiente, que era el Delegado Nacional de la Comunión Tradicionalista, clausuró el acto, y se expresó así: “Don Blas Piñar, invitado de honor, ha dicho que no es carlista. Pero se ha ganado las grandes ovaciones de los carlistas. Don Manuel Fal Conde, mientras hablaba don Blas Piñar, me ha escrito estas palabras en una servilleta del banquete: `Pensar así, sentir así, y expresarse así, es ser carlista´”.

Después, en abril de 1966, visité en Sevilla a Fal Conde. “Estaba operado de tráquea. Le era difícil hablar. Nos entendimos perfectamente a pesar de ello. Le expuse mi proyecto de fundar la revista Fuerza Nueva, y le expliqué lo que sería su ideario. Me brindó su apoyo. Más aún, me prometió, y cumplió su promesa, de hacerme llegar la dirección de mil tradicionalistas, a los que podía escribir en su nombre, a fin de darles cuenta del proyecto y pedirles que se suscribieran. Así lo hice”. (La pura verdad. Tomo III de la colección Escrito para la Historia. Págs. 75 y 76.)

Por su parte, Manuel Hedilla vino a verme a la sede de Fuerza Nueva, que entonces estaba en un piso de la casa nº 17 de la calle Velázquez de Madrid. “Estuvo muy amable. Fue explícito al exponerme su idea y sus proyectos sobre el Frente Nacional de Alianza Libre, que él patrocinaba. Me habló de sus contactos con los carlistas, que no puedo asegurar si ingresaron o no. Yo le agradecí su deferencia hacia nosotros, y le expuse mi punto de vista sobre el papel que podíamos desempeñar en la tarea -bien difícil por cierto- de aglutinar a las Fuerzas nacionales. Él lo entendió perfectamente. Y, por un lado, aquella no fue la única visita que nos hizo, y, por otro, mantuvimos contacto permanente con alguno de sus más íntimos colaboradores, como Patricio González de Canales, que suscribió la convocatoria para un homenaje que me ofrecieron el 15 de diciembre de 1971,             que dio una conferencia en nuestro local, el día 27 de enero de 1972, sobre La Casa de Toledo y que en nuestra Revista publicó un comentario al punto nº 10 del programa de Falange (nº 264, de 29 de enero de 1972”. (Obra citada, págs. 103 y 104).

La repercusión política a escala internacional de la obra de José Antonio, creo que nunca ha sido estudiada a fondo. Fue importante y me gustaría tener tiempo, y posibilidades de realizarlo. Como puede suponerse esa influencia la tuvo en Europa y especialmente en Hispanoamérica. En la doctrina de José Antonio se basaron movimientos políticos y personalidades muy destacadas, que manifestaron su admiración por ella.

El hecho es que, quienes podemos considerar herederos ideológicos de los que le condenaron a  muerte, destruyeron el monumento que tenía en Valencia, el 18 de febrero de 1971. Ante la nula reacción oficial por el atentado, que era además un desafío, Fuerza Nueva hizo una convocatoria para protestar por el ultraje, el 31 de marzo de 1971, ante la casa número 24 de la calle Génova, en la que nació José Antonio. “Hubo que improvisar, como escenario, un vehículo todo terreno. Era de noche y lloviznaba. La gente respondió a nuestro llamamiento. Dimos prueba de que éramos capaces de suplir omisiones graves de quienes por oficio, y,  en principio por vocación, debieron haber hecho lo que nosotros hicimos. La sede de la jefatura provincial del Movimiento, inmediata al lugar, estuvo cerrada a cal y canto. El que más tarde apoyaría la Reforma política, Tomás Garicano Goñi, ministro de Gobernación entonces, nos impuso, como premio, una multa de 50.000 pesetas.” (Obra citada, pág. 109).

Nuestra fidelidad a José Antonio la destacó su hermana Pilar, presidenta de la Sección Femenina, en varias cartas que conservo. Transcribo la última, que es de 1985: “Querido Blas: Quiero agradecerte con estas letras el recuerdo que siempre tenéis en vuestro centro y en vuestra revista para José Antonio. No todo el mundo mantiene esa fidelidad en recordar su memoria. Muchas gracias, con un abrazo de Pilar Primo de Rivera”.

Blas Piñar

Publicado en el nº 1416 de la revista «Fuerza Nueva»

EDITORIAL Lo que no se dice del flujo independentista

Existe un peligro en la deriva secesionista de cualquier territorio español que conduce a un terreno pantanoso, cuando no letal. Y es el sentimiento de rechazo que generan en los españoles que no comparten dicha dirección los habitantes de esas regiones. Algo muy peligroso porque de una parte se hace un todo, y eso no es así. Los nacionalismos catalán y vasco son fruto de comportamientos egoístas nacidos en el siglo XIX y, de una forma o de otra, hijos también de la decadencia española de aquellas fechas. Florecen cuando la debilidad de España, no como nación, sino como idea universal, fracasa. Y se hacen fuertes, desafiantes y altaneros cuando la debilidad y el incumplimiento de las leyes es habitual en sus distintos Gobiernos.

Pero se trata de un comportamiento equívoco, porque la irreflexión indignada y la pasión sin bridas pueden originar un movimiento en contra que pasa a veces  por encima de verdaderos sentimientos que son propios de las características de cada territorio español, y  que, por otra parte, son fuente de riqueza histórica y moral. Una de las grandes lacras de la educación de estos años de Monarquía parlamentaria y liberal ha sido, a través de las autonomías, crear autogobiernos que sólo han generado egoísmos y deseos de grandeza y han apartado al resto de los españoles de conocer y de amar las auténticas raíces y costumbres de cada región. Se han hecho egocéntricos, desconfiados, huraños, aldeanos, y además han creído que todo el mundo les robaba mientras ellos eran los primeros en desvalijar las propias arcas.

 

Ahora puede ocurrir algo parecido, que se manifiesta a través del deporte de masas, en los estadios, o mediante el boicot a productos propios de cada región. La situación es muy complicada, porque no habría peor cosa que los buenos catalanes y vascos, por poner un ejemplo, se dejasen influir por el flujo indignado del resto de los españoles y se llegaran a confundir o identificar con los móviles nacionalistas, que en cualquier caso representan absurdos movimientos que pretenden hacer de las glorias propias e indiscutibles -en ciencia, técnica, deporte, arte, empresa, historia- algo original cuando no es más que la expresión más española de un aliento universal que sólo puede ir adherido a la palabra España. Otra cosa es lo que decía Arturo Mas, y puede que con razón, que explicaría todo: “Hemos buscado un Estado en España pero no lo hemos encontrado, y por eso lo intentamos con Europa”.

Y es que el Estado actual, el de la Transición, el que ha discurrido por un periodo tan largo como el del 18 de Julio -no España-, ha convertido a éste en un padrastro, que parece que siente aversión por sus hijos, que les da de todo para que se callen la boca y que luego se revuelven contra él porque no ha sido capaz, como hace un padre de verdad, de darles un cachete a tiempo o castigarles cuando la altanería y el despropósito asoman sin medida. Se dirá que este símil infantil no vale para personas muy cuerdas, preparadas, con experiencia y sabiendo lo que hacen y lo que dicen. Pero también que almacenan una cantidad de soberbia espiritual y política que anega toda clase de inteligencia y anula toda capacidad de reflexión. Han entrado en el Parnaso de la utopía, que es el lugar donde queda proscrita la misión intelectual.

 

Estamos al borde de un precipicio al que nos han conducido los diosecillos que ha propuesto el Estado liberal, lujoso, mediático, incapaz de controlar sus esfínteres de satisfacción personal, engolado y prepotente. Tan pronto se inventaba “un café para todos” con el asunto de las regiones, distinguiendo, discriminatoria y perversamente, entre éstas y “nacionalidades”, como se adhería a una guerra injusta e ilegítima -la de Iraq-, como abordaba el problema terrorista mediante la complicidad con el enemigo a batir. Ha sido un continuo y permanente caminar hacia el entendimiento y la componenda con los que no quieren a España, ni a la de ayer ni a la de hoy. Y cuando ya las fuerzas se han rendido, y la economía se ha destrozado por el derroche del banquete, aparecen los acreedores, los del dinero por un lado y los de las amenazas y las pistolas por otro. Y a éstos no hay quien los pare.

Por eso, y porque está muy clara la responsabilidad a la hora de evaluar los resultados, surge la pregunta acerca de si Dios no nos ha tenido de su mano precisamente por nuestros pecados de lesa patria, que para alguien que no estuviese ciego o se dejase llevar por la sinfonía musical de este régimen, era algo que se veía venir y que al menos desde esta revista, por parte de su fundador, tanto en la calle como en el Congreso, y también desde estas páginas, ha sido anunciado con suficiente resonancia como para haber sido tenido en cuenta. ETA tuvo la clave cuando dijo: “Lo mismo da la España de Franco que la democrática; nuestro enemigo es España”. Pero esta sentencia jamás fue estudiada por una democracia liberal que ha situado a los pistoleros en los parlamentos y ahora anuncia situarlos en Europa segregados de su cuerpo natural.

Revista Fuerza Nueva nº 1416