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Editorial Fuerza Nueva, nº 1436

Honores de catedral

 

No es la primera vez que algún destacado personaje por su relevancia en favor de la Iglesia es enterrado en un recinto sacro. En la misma cripta de la catedral de La Almudena hay pruebas de ello. Para obtener dicho lugar hay que rellenar un impreso dirigido al obispo titular, quien expide un certificado de propiedad, “bajo un donativo”, que en Madrid se justificaba mediante la ayuda “para la prosecución de las obras de la catedral”. Numerosos columbarios se construyen actualmente en el subsuelo de templos históricos. Se dice que es una moda que, además de imparable, también resulta rentable.

En el caso que nos ocupa parece que tiene una característica similar, cuando la propia familia de Adolfo Suárez manifestó hace tiempo su interés para que el que fuera presidente del Gobierno recibiera sepultura en la catedral de Ávila, mediante solicitud y donativo que se habrán efectuado siguiendo la práctica habitual en estos casos. La Iglesia católica ha abierto la mano a la venta de sepulturas subterráneas en los templos después de siglos de prohibiciones, y las personas que se sienten identificadas con el catolicismo están haciendo uso de esa posibilidad.

Si bien hasta aquí nada hay que objetar, sí se pueden hacer una serie de consideraciones para alguien que ha tenido a su cargo la función de presidente del Gobierno de una nación mayoritariamente católica, y que por lo tanto es un destacado hombre público cuyas decisiones han tenido que influir por fuerza en el bien social de un pueblo, y para el caso de un católico en el bien moral de la sociedad para la que presta su cometido. Porque una de las características a la que aluden los obispos, tras el Concilio Vaticano II y según el Código de Derecho Canónico, es que “no deben enterrarse cadáveres en las iglesias, a no ser que se trate del Romano Pontífice o de sepultar en su propia iglesia a los cardenales o a los obispos diocesanos, incluso eméritos”.

Y esto es así porque se entiende -o se debe entender- que la Iglesia protege la propia santidad de su recinto sacro, con titulares de diócesis que son enterrados en el mismo templo, aunque haya sido flexible, como vemos,  para personas que han destacado por sus valores intelectuales o morales o por su contribución al bien de la Esposa de Cristo, aunque éstos reciban sepultura en criptas o claustros catedralicios pero no dentro del perímetro del templo.

Pero en este caso hay que plantearse algunas interrogantes acerca de la inhumación del ex presidente Suárez en la catedral de Ávila, y más cuando los obispos han manifestado que “no contraviene ninguna norma y dada su relevancia pública y condición de creyente”. Adolfo Suárez era católico -no sabemos si practicante, aunque sus comienzos hablan de su presencia en la Acción Católica-, e igualmente gozaba de una indiscutible relevancia pública adquirida en sus decisiones trascendentales para la vida de un católico, como es el haber jurado el nombre de Dios en vano -caso que se denomina perjurio- y haber traído el divorcio a España  en su condición de jefe del Ejecutivo y del partido que lo propuso, y en contra de una Iglesia que así lo manifestó en su día abiertamente. Se puede abundar en el concepto cuando el Catecismo en vigor dice, en su número 2152, que perjura quien, bajo juramento, hace una promesa que no tiene intención de cumplir, o que, después de haber prometido bajo juramento, no la mantiene.” Y más adelante termina: “El falso juramento invoca a Dios como testigo de una mentira”.

Una prueba de ello se refleja estos días en la serie de comentarios que se están publicando acerca de las presuntas desavenencias que hubo entre el Rey y Suárez a raíz del 23-F. Una de las cuales,  manifestada por el monarca de forma brusca contra su presidente de Gobierno, es que le estaba “echando a la Iglesia encima” con el proyecto de divorcio, aunque todo se contradiga con la actualidad que hemos vivido en las Misas y funerales celebrados por el difunto, en los que Corona, Iglesia e instituciones se han volcado con su persona como si hubiera sido el salvador político y espiritual de España. La coherencia, tal como la hemos interpretado siempre, no es una cualidad que ofrezca hoy “un perfil adecuado”. Incluida la Iglesia oficial.

 

Revista Fuerza Nueva, nº 1436

El reciente fallecimiento de Adolfo Suárez ha sido motivo, aparte de su entierro en Ávila en el claustro catedralicio, de una serie de honores -y no sólo en los medios de comunicación, sino hasta en las homilías de las catedrales- que hacen plantearse algunas dudas sobre la coherencia de la Iglesia oficial, que a tenor de lo escuchado estos días por boca de algunos de sus obispos, más parece que se enterraba al salvador espiritual de España que a un ex jefe de Gobierno.ultima portada